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Jesús Escamilla: La solidaridad como cultura

junio 17, 2020
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#Noticias

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Jesús Escamilla estudió filosofía, historia, política. Fue incansable lector, sobre todo de poesía. Y amaba la música. Pero dentro de las innumerables actividades que desempeñó a lo largo de 60 años, su obra maestra era la fundación del Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba.

Había nacido el 5 de noviembre de 1959 en Ciudad Juárez, Chihuahua, y falleció el 9 de junio pasado a las 19:00 horas. Por eso su último cumpleaños, que celebró en La Habana durante un encuentro internacional en el que participó el presidente Miguel Díaz Canel, fue sin duda el más feliz de todos: Jesús Escamilla tenía la misma edad que la Revolución cubana.

Cuba, una nación a la que amó tanto como a México, por lo cual el poeta Waldo Leyva, en su despedida, lo llamó “un cubano más”. Se entregó a su revolución sin restricciones, al grado de promover durante el llamado “período especial” la donación de petróleo mexicano a la isla, recibido por Fidel Castro.

Leyva, agregado cultural en México, al repasar una relación de más de 20 años, evocó a Escamilla como hombre “de una sensibilidad cultural y política de admirarse”. Y a la par que “una siempre inalterable defensa de sus principios más justos”, recogió su veneración por los poetas de América Latina y España; fue así como rememoró el diálogo sostenido ante los jóvenes de la UNAM con el poeta granadino Luis García Montero, actual presidente del Instituto Cervantes de Madrid.

Leyva lo ubicó “como intelectual y en la calle, reflexionando y actuando”, y aún más, “ayudándonos a limar asperezas”, según constataron sus compañeros del Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba en carta enviada a los medios al día siguiente de su partida:

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“Con inconsolable tristeza hacemos público el fallecimiento del compañero Jesús Escamilla, quien dio su vida a la solidaridad con Cuba y países hermanos. Comunista inquebrantable, lector permanente, crítico imparable, eternamente solidario, amante de la vida, de la poesía, de los boleros, del amor y de la buena música. Terrible pérdida para la izquierda en México y para todos aquellos que luchamos por un mundo mejor. Hasta pronto queridísimo compañero Escamilla. ¡Patria es humanidad¡! ¡Hasta la victoria siempre! ¡Patria o muerte, venceremos¡ ¡Viva Cuba! ¡Viva México!”.

En la misma tesitura emocional entregó Tamara Barra, su brazo derecho en ese movimiento, este testimonio para la agencia Apro:

“Desde que conocí a Escamilla supe de su amor y lucha permanente por Cuba y su revolución. Era un hombre extraordinariamente culto, lector de novelas, poesía, y de todo lo que pasaba por sus manos y le interesaba. Desde su juventud militó en el Partido Comunista, de lo cual siempre estuvo orgulloso, decía con toda seguridad que eso lo había salvado de ser uno más en el planeta y lo convirtió en un hombre íntegro. Fue el fundador de la solidaridad con Cuba en México y promotor incansable en la defensa de su revolución. Pieza fundamental en la creación de los comités de solidaridad con países hermanos en América Latina. Pieza fundamental del Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba, organización que él mantuvo unida y logró consolidar a nivel nacional.”

Destacó además con gratitud:

“Amante del Centro Histórico de la ciudad, de la poesía, de la buena música, pero sobre todo, férreo defensor de la dignidad humana, de la libertad, de la justicia. Escamilla formó a muchos jóvenes, quienes siempre honraremos su memoria y le dedicaremos nuestros mejores logros que dignifiquen nuestra vida.”

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Había seguido el camino del tabasqueño Carlos Pellicer, quien remontó los límites de la poesía –si eso es posible– para acompañar a otro pueblo de poetas, cuando el llamado “Poeta de América” fundó en 1974 el Comité Mexicano de Solidaridad con Nicaragua, que buscaba derrocar a la dinastía Somoza como los mexicanos y los cubanos destruyeron sus propias dictaduras.

Pocos saben que Escamilla también fue jefe de policía. Cuando la comprometida actriz María Rojo se convirtió en la primera delegada de izquierda por voto directo en Coyoacán, se propuso designar a una persona de absoluta confianza para el mando de la seguridad pública. Sin duda Jesús Escamilla aspiraba a algún puesto de organización social, como lo hizo a partir de ese gobierno en muchos otros. Pero se entregó con absoluta determinación a su nuevo cargo, donde incluso hizo intervenir estrechamente a su personal en diversas actividades cívicas y culturales, como el programa titulado “Cultura de sangre azul”.

Este proyecto, realizado con Susana Cato, entonces directora de Cultura en la demarcación, procuraba integrar a los elementos con vocación o dotes artísticas, un día a la semana, en programas como pintura de murales, actuación teatral o conciertos al aire libre.

Entonces a la zona de mando se le denominaba oficialmente “comandancia Plata”. Y Escamilla se convirtió entre sus policías –y los ciudadanos– en el más apreciado jefe que haya tenido Coyoacán.

Con una sonrisa candorosa, como de niño tímido, aceptaba de los miembros del Cabildo este saludo:

“A sus órdenes, Comandante Plata”.

Cuando Antonio del Conde, El Cuate, de 94 años, se enteró muy temprano el miércoles 19 de que Jesús Escamilla acababa de fallecer por la pandemia del covid, comenzó a alistar su motocicleta. Pero su hija Zulama, quien esa mañanita le llevó algo a su casa para desayunar, lo detuvo casi a fuerzas para impedir que saliera del confinamiento.

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“¿Lo conoce usted bien? –contó–. Es muy necio”.

No de otra manera podría detenerse a un hombre que durante su juventud, al cuidado de la armería de su padre, se había hecho amigo de Fidel Castro –eran de la misma edad–, le había vendido las armas y acabó comprando y acondicionando el yate Granma con el cual un grupo de jóvenes zarparía desde Tuxpan para hacer la revolución en Cuba.

Había dos extranjeros en esa rebelión: Al mexicano le pusieron como apodo El Cuate. Al otro, un argentino, El Che.

De esa epopeya se enamoró desde su infancia Jesús Escamilla. Y años después acompañaría a El Cuate a presentarla como libro de memorias.

Así que esa mañana triste Antonio del Conde se cubrió con su casco y chamarra negra para subir a la moto:

“Decía que tenía que ir a despedir a su gran amigo –contó Zulama–. No quería entender ninguna razón”.

Su hija no lo dejó salir:

“Se metió a su casa y me cerró la puerta. Tuve que dejarle la bolsita del desayuno colgada de la agarradera”.

 

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